¿Qué hay detrás del pescado que comemos? Una mirada crítica a la acuicultura en España
- phernandezolivan
- hace 6 días
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En los últimos meses, muchas personas posiblemente habrán visto en televisión un anuncio que ensalza las virtudes de la acuicultura como solución sostenible para alimentar al mundo. Imágenes de aguas cristalinas, peces nadando en libertad y mensajes que apelan a la responsabilidad medioambiental nos invitan a consumir pescado de piscifactoría con la conciencia tranquila. Pero ¿es realmente así?
Una encuesta reciente realizada en nueve países de la Unión Europea, Reino Unido y Estados Unidos revela una paradoja preocupante: aunque la mayoría de la ciudadanía cree que los peces criados en granjas reciban protección y trato humanitario, el conocimiento sobre cómo se crían estos animales es alarmantemente bajo. En España, el 63% de las personas encuestadas mostró escasa conciencia sobre las prácticas actuales de acuicultura, siendo el país con menor nivel de información. Solo el 30% sabía que la tasa de mortalidad de los peces en piscifactorías es mucho más alta que la de los animales terrestres criados para consumo.
La magnitud invisible de la acuicultura
A diferencia de la ganadería terrestre, donde se contabilizan los animales por cabeza, en acuicultura se mide en toneladas. Según datos de la FAO, en 2018 se criaron entre 250 y 408 mil millones de animales acuáticos, incluidos hasta 129 mil millones de vertebrados como peces. Esta cifra eclipsa los 78 mil millones de animales terrestres sacrificados ese mismo año.
Además, según datos de la FAO, la acuicultura moderna ha intentado domesticar más de 530 especies desde 1950, muchas de ellas con necesidades biológicas y comportamentales complejas que los sistemas de producción no pueden satisfacer. Por ejemplo, el pez loro jorobado vive hasta 40 años y realiza rituales de apareamiento bajo la luna llena, mientras que el cangrejo de río rojo cuida de sus crías durante meses. ¿Cómo puede una piscifactoría replicar estas condiciones?
La falta de estudios específicos sobre el bienestar de estas especies es abrumadora. De las 530 especies criadas (que abarca peces, moluscos, crustáceos, invertebrados marinos, ranas y tortugas), solo 84 especies pesqueras cuentan con literatura científica sobre sus necesidades. Para 231 especies criadas en granjas —entre 128 000 y 183 000 millones de animales, casi la mitad de los criados en acuicultura— no existe ninguna publicación sobre su bienestar animal. No se trata de una laguna en el conocimiento sobre el bienestar animal, sino de un auténtico abismo.
Incluso cuando se documentan daños, como enfermedades o estrés por hacinamiento, la literatura científica rara vez los reconoce como sufrimiento animal. Este sesgo revela una desconexión profunda entre la producción industrial y la empatía hacia los seres vivos que la sustentan.
La acuicultura no solo afecta el entorno y la salud de los animales, sino que también transforma su comportamiento y genética. El salmón atlántico, por ejemplo, ha sido modificado para crecer más rápido y adaptarse a la vida en cautividad, lo que ha generado individuos más agresivos y menos parecidos a sus contrapartes salvajes. En pocas generaciones, los peces dejan de ser peces: se convierten en unidades de producción.
¿Qué modelo alimentario queremos construir?
Es cierto que los alimentos acuáticos pueden contribuir a la seguridad alimentaria, la nutrición y el empleo. Pero también debemos preguntarnos si ciertos modelos de acuicultura están agravando problemas como la malnutrición en países que producen el pienso para estos peces, o si estamos sacrificando el bienestar animal en nombre de la eficiencia.
Hay alternativas. Las plantas acuáticas como las algas ofrecen una vía nutritiva, económica y sostenible sin implicar sufrimiento animal. Y en nuestras costas, la pesca artesanal y sostenible sigue siendo una opción valiosa que respeta los ciclos naturales, apoya a las comunidades locales y mantiene viva una tradición milenaria.
Así que, antes de dejarnos seducir por campañas publicitarias que idealizan la acuicultura industrial, conviene reflexionar sobre qué tipo de relación queremos tener con el mar y sus habitantes. Apostar por la pesca artesanal y sostenible no es solo una decisión ética: es una forma de preservar nuestra cultura, proteger el medio ambiente y garantizar que el pescado que llega a nuestra mesa no ha sido criado en condiciones que ignoramos… o preferimos no conocer.
¿Elegimos el camino fácil o el camino justo? La respuesta está en cada compra que hacemos.
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