Recientemente, Rob Wallace, biólogo evolutivo, filogeógrafo para la salud pública en Estados Unidos y autor del libro Big Farms Make Big Flu (Las grandes granjas producen grandes gripes), decía en una entrevista que: “El aumento de la incidencia de los virus está estrechamente relacionado con la producción de alimentos y la rentabilidad de las empresas multinacionales. Cualquiera que pretenda comprender por qué los virus se están volviendo más peligrosos debe investigar el modelo industrial de agricultura y, más concretamente, la producción ganadera.”
Sin duda es una entrevista que merece la pena leer y que apunta no solo al consumo cada vez más extensivo de animales silvestres, sino también a soluciones para el futuro, pues “para reducir la aparición de nuevos brotes de virus, la producción de alimentos debe cambiar radicalmente. La autonomía de los agricultores y un sector público fuerte pueden reducir el efecto de las cadenas de contagio unidireccionales y las infecciones descontroladas. Esto incluye la promoción de la biodiversidad de ganado y de cultivos, y la reforestación estratégica, así como subvenciones a la agricultura ecológica y a los precios de venta, y programas para los consumidores. Para lograrlo, la producción de alimentos debe reintegrarse a las necesidades de las comunidades rurales. Esto requerirá, en primer lugar, prácticas agroecológicas que protejan el medio ambiente y a los agricultores que cultivan los alimentos.”
No obstante, estas soluciones todavía tendrán que esperar, pues en los últimos días, estamos viendo como esta pandemia está acumulando causando tensión en las cadenas de suministro de Europa con nuevos controles fronterizos que provocan atascos de tráfico para los camioneros y/o temores de escasez de mano de obra si los trabajadores se enferman o no pueden viajar. Esos desafíos no significan que Europa se quedará sin alimentos, solo que puede llevar más tiempo reponer las estanterías, sobre todo en lo que se refiere a ciertos productos frescos como lácteos, frutas y verduras.
Esto muestra una amarga realidad, pues hasta ahora no nos hemos dado cuenta que tenemos una cadena de suministro frágil que podría colapsar fácilmente. En el corazón de esta crisis está la voluntad de muchos países de permitir que un pequeño número de corporaciones dominen nuestro suministro de alimentos. Esto ha provocado que la agricultura se vea gravemente afectada y los productores primarios solo obtengan una porción pequeña del pastel. Pero ellos, necesitan el doble de recursos si no queremos caer en una mayor desigualdad en el acceso de nuestros alimentos e impulsar todavía más el gasto de nuestro sistema sanitario en tratar enfermedades como la obesidad, diabetes y enfermedades cardíacas. La comida puede parecer barata, pero genera costos inmensos e insostenibles en otros lugares.
Este problema no es nuevo, por eso pienso que necesitamos establecer una estrategia nacional basada en la resiliencia alimentaria y sostenibilidad. Así, las indicaciones nutricionales nacionales deberían convertirse en la base de los contratos de compra de alimentos, tanto públicos como privados. Debería haber una auditoría de la producción de alimentos en España y el presupuesto para la salud pública debería duplicarse. También seria necesario la creación de un consejo de resiliencia y sostenibilidad alimentaria y una red de alimentos urbanos y rurales y colegios de agricultores.
En definitiva, necesitamos rediseñar nuestra cadena de suministro de alimentos, pues estamos de acuerdo que, como resultado de esta crisis, muchas personas han dejado de pensar en el precio de sus alimentos y les ha llevado a reflexionar sobre el origen de sus alimentos.
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