El Panel Intergubernamental sobre el Cambio Climático de las Naciones Unidas (IPCC) publicó el 8 de agosto un esperado informe sobre cambio climático, el uso de la tierra y la agricultura. Los hallazgos del informe confirman que los sistemas agrícolas y alimentarios de los que ahora dependemos ya no son viables.
Desde entonces se han publicado muchas revisiones y opiniones, destacando sobre todo la necesidad de reducir el consumo de carne para salvar el clima. Pero nuestra seguridad alimentaria y la resiliencia agrícola, ante un clima cambiante, no dependerán solo de esto.
Desde la perspectiva de Mensa Cívica, reemplazar nuestro sistema industrializado actual no solo dependerá de desmantelar el poder de la agroindustria, impulsar la demanda de los consumidores hacia sistemas agroecológicos y regenerativos e influir en todas las normas competentes al sector agro-alimentario, incluidas las relativas a los acuerdos comerciales internacionales; si no también invertir en los productores y comunidades rurales de sistemas agroecológicos y regenerativos y despertar la importancia cultural y social de nuestro sistema alimentario.
Por esta razón, es imperativo no confundir a las corporaciones industrializadas de carne y lácteos a gran escala con productores ganaderos agroecológicos, cuya visión y práctica es precisamente lo que se necesita para frenar las emisiones de gases de efecto invernadero y por ende el cambio climático. Lo que alimenta esa confusión es el enredo (en algún momento de sus cadenas de suministro) de grandes corporaciones integradas verticalmente con productores de todo tipo y tamaño. La integración vertical y la concentración corporativa de la agroindustria es otro problema difícil de resolver. Podemos comenzar haciendo cumplir lo que queda de las leyes antimonopolio, deteniendo más megafusiones y hacer a esas corporaciones responsables de su papel contaminante.
También es imperativo que pensemos mucho más allá de los cambios dietéticos de un solo alimento o grupo de alimentos. En ese sentido, las campañas de consumo centradas en la importancia del consumo reducido de carne no deben basarse en la elección individual del consumidor, sino reconocer el papel de la influencia corporativa en el sistema, así como promover la importancia del ganado para los sistemas agrícolas regenerativos. Un mensaje simplista de «sin carne» puede caer fácilmente y rápidamente en un movimiento populista y mal dirigido a los agricultores de todo el mundo que, en este momento, están perpetuando o desarrollando nuestros sistemas agroalimentarios para el futuro para que sean más saludables, sostenibles e inclusivos.
Las dietas basadas en plantas que continúan dependiendo de insumos agrícolas que son a su vez altos emisores de gases con efecto invernadero y dependientes de fertilizantes y otros productos químicos tóxicos tampoco nos sirven. Tampoco las dietas basadas en plantas que dependen de la explotación continua de la mano de obra agrícola, en los cuales los agricultores se ven obligados a vender sus productos a un precio inferior al coste de producción, y la desigualdad en su capacidad para comprar y mantener tierras agrícolas. Existe la posibilidad de que la elección de comer menos carne (o ninguna) pueda ser vista erróneamente por quienes la hacen como un acto que naturalmente conduce a una agricultura que es buena para la tierra, para los agricultores, para los ecosistemas, para consumidores. Solo que esto no ha sido así.
El cambio de las sociedades agrarias a la industrial, a la digital, ha tenido un alto coste en lo que respecta al conocimiento del público en general sobre la producción y el consumo de alimentos. Por ello, necesitamos un cambio de sentido del consumidor, lejos de las panaceas dietéticas de los “superalimentos”, y hacia el reconocimiento e insistencia en la diversidad extraordinaria e inimaginablemente crucial de los sistemas agroecológicos.
Los consumidores no entenderán cómo funcionan los sistemas agrícolas (y qué debemos hacer para mantenerlos) sin que se les enseñe. La agroindustria no cederá el poder sin la fuerte insistencia de la voluntad pública y política. Los agricultores no cambiarán sus prácticas sin apoyo para hacerlo y con poco papel para definir cómo debería ser una transición justa hacia sistemas agrícolas y alimentarios sostenibles y resilientes (que podría verse reflejada en la próxima Política Agracia Común).
Todos estos cambios requieren la responsabilidad de personas comprometidas con nuestro papel cívico en la gobernanza, conscientes de lo que está en juego, confiando en la legitimidad de nuestro papel en una democracia y tenaz en nuestra determinación de hacerlo bien. Desde Mensa Cívica, estamos convencidos de que un cambio es posible y haremos todo lo que este en nuestra mano para alcanzar un sistema agro-alimentario sostenible.
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